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Rodolfo José Buadas, conscripto de la Armada, falleció el 7 de noviembre de 2019 a los 57 años. Su relato permanece como testimonio valioso de una historia que la memoria colectiva no debe olvidar.
Sociedad02 de mayo de 2025El 2 de mayo de 1982 marcó uno de los momentos más trágicos en la historia argentina con el hundimiento del crucero ARA General Belgrano en plena guerra de Malvinas. Ese día murieron 323 marinos, casi la mitad de todos los caídos en el conflicto. Entre los sobrevivientes estuvo el concepcionense Rodolfo José Buadas, conscripto de la Armada, quien fue testigo directo del horror, el frío y la lucha por la vida. Su testimonio quedó registrado años después en los micrófonos de Bajo la Lupa, donde reconstruyó en primera persona la pesadilla en altamar.
Buadas falleció el 7 de noviembre de 2019 en el sur del país, a los 57 años. Su relato permanece como testimonio valioso de una historia que la memoria colectiva no debe olvidar.
Contó que el inicio del conflicto lo sorprendió en su casa, mientras asistía al casamiento de una prima. Un policía llegó a su puerta con un radiograma en mano. El mensaje era claro: “Conscripto Buadas, presentarse a la brevedad en la Base Naval de Puerto Belgrano”. Por su dominio del idioma inglés, fue asignado al crucero sin imaginar que terminaría en medio de una guerra.
El 2 de mayo por la tarde, el submarino nuclear británico HMS Conqueror disparó tres torpedos. Dos impactaron de lleno. El primero mató a 274 tripulantes. El segundo arrancó parte de la proa del barco. Sin energía ni rumbo, el crucero comenzó a hundirse lentamente en las heladas aguas del Atlántico Sur.
Buadas recordaba ese momento con total lucidez. Subía las escaleras junto a su compañero Rodolfo Orellana cuando se produjo la primera explosión. Sintió que el barco se elevaba y volvía a golpear contra el mar. Al principio pensaron que había explotado una caldera. El segundo impacto despejó toda duda: estaban bajo ataque. Corrió a buscar su chaleco salvavidas y en el trayecto vio a un amigo envuelto en llamas. El torpedo había dado en la sala de máquinas y llevaba fósforo.
Subió a la cubierta principal. Le asignaron la balsa número 60. Iban veinte hombres, cubiertos por un toldo que poco servía contra el agua. En medio de ese mar embravecido, asomó la cabeza y vio hundirse al crucero. “Fue tan noble que no hizo succión. Eso nos salvó. Nunca derramé una lágrima en ese momento, pero sentí miedo, mucho miedo. Me quedé sin nada sólido bajo los pies”, contó.
Pasaron 30 horas hasta ser rescatados. Durante ese tiempo, conversaron de todo menos de lo vivido. Hablaban del Mundial de España, rezaban y trataban de no perder la calma. Uno de los compañeros tuvo una crisis de nervios. El manual indicaba que había que arrojarlo al mar para evitar el peligro del grupo. En lugar de eso, lo contuvieron a golpes. “Cada vez que me ve me dice ‘gracias, me salvaste la vida’”, relató Buadas.
Las balsas tenían provisiones para cinco días: vitaminas, glucosa, chocolates, agua. Las corrientes marinas decidían el rumbo. Fueron rescatados la noche del 3 de mayo. Otros compañeros no tuvieron la misma suerte. Aparecieron muertos por hipotermia una semana después, cerca de la Antártida.
Después vino lo más difícil. Convivir con lo vivido. La desmalvinización. El abandono. La soledad. Contó que pensó en suicidarse. Que tuvo una pistola en la mano. Que no lo hizo, pero no sabe por qué. Sufrió discriminación. Perdió dos matrimonios. Dijo que no era fácil vivir con él. Aun así, tenía cuatro hijos y uno, el menor, lo dibujaba con uniforme y un barco hundiéndose a su lado.
“Para él soy un orgullo”, decía. Y lo era. Rodolfo José Buadas fue, y sigue siendo, uno de los verdaderos héroes de la Patria. Su historia no se borra. Porque hay cosas que el mar no arrastra. Ni el tiempo.
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