“Porque si no hay paz, ¿de qué sirve tener la libertad?... Si nos vamos a estar matando entre nosotros"

Monseñor José Antonio Díaz encabezó este domingo la tradicional ceremonia del Tedeum en la Catedral de Concepción, en conmemoración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo.

Locales25 de mayo de 2025Bajo la Lupa NoticiasBajo la Lupa Noticias

El acto litúrgico contó con la presencia del intendente Alejandro Molinuevo; el diputado nacional Roberto Sánchez; la legisladora Raquel Nievas; el presidente del Concejo Deliberante, Orlando Alberto Russo; y los concejales Nelson Portugal, Inés Tarulli, Mercedes Benítez, Agustín Isa y Francisco Herrera. También asistieron funcionarios municipales, autoridades judiciales, banderas de ceremonia de distintas instituciones y numerosos fieles.

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Durante su mensaje, el obispo de la Diócesis de la Santísima Concepción, José Antonio Díaz, brindó una profunda reflexión sobre el valor de la libertad, la responsabilidad social y el papel fundamental de la paz como condición indispensable para el ejercicio pleno de los derechos.

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El Tedeum no fue una ceremonia más: Monseñor Díaz interpeló directamente a los presentes con un mensaje claro, alejado de eufemismos, y centrado en la necesidad de unidad, diálogo y justicia para construir una nación verdaderamente libre.

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El mensaje completo de Monseñor José Antonio Díaz

“Queridos hermanos, celebrando un nuevo aniversario de la revolución patria que nos encuentra frente a un cuerpo que no solo sueña con la libertad, sino que tiene una determinación de ser libre. Algo que sintetiza el deber ser de todo ser humano, de todo cuerpo: no soñar con los grandes ideales, sino tener la determinación y la necesidad de alcanzarlos.

Pero estos grandes objetivos no se alcanzan solo con los deseos o con cualquier vida. Se realizan de acuerdo a caminos prudentes, emocionantes, sensatos, que nos lleven a todos a empujar hacia el presente en la dirección óptima, hacia el mismo lado. También procurando que esos caminos sean caminos verdaderos.

La Iglesia, desde los primeros siglos, tuvo diferencias. Esas diferencias se fueron limando desde el diálogo hasta un encuentro cada vez mayor, con un discernimiento de acuerdo al Espíritu Santo. Próximamente nosotros vamos a celebrar la Ascensión del Señor, el domingo que viene, y luego Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, cuando la Iglesia se activa y sale a predicar el diálogo. Pero sin el miedo que les había causado a los apóstoles, luego de la crucifixión. Como dijo el Señor: crucificados, desaparecieron, salvo Juan, su apóstol de verdad.

Después se reunieron nuevamente. Cuando sucede el Pentecostés, ocurre esta expansión del cristianismo hacia los lugares más difíciles. Perseguidos muchas veces, ellos fueron a predicar el Evangelio, movidos por la fuerza cristiana.

Ese es otro de los principios que necesitamos incorporar cuando uno piensa en la determinación del pueblo para ser libre: es la acción de Dios. Que, por distintas razones, bajo distintos títulos, hemos tratado de excluir. No digo de la negociación, pero sí del discernimiento.

Como pueblo, no podemos sacar a Dios de la ecuación. El Señor nos dice que deja la paz, su paz, no como la da el mundo. La paz es uno de esos valores fundamentales que están en lo más alto de la vida del pueblo.

“Porque si no hay paz, ¿de qué sirve tener la libertad? Si no, nos vamos a estar matando entre nosotros”. Si no hay paz, si no hay armonía, si no hay acuerdo, si no hay diálogo, no vamos a aprender a ser auténticamente libres.

La libertad es fruto de la verdad y de la justicia. Son principios ordenadores que tienen que ver con la estabilidad en el orden en que estamos aquí. Esa estabilidad o serenidad, que se da en un modo común y libre, como pueblo, nos lleva a la paz.

Cuando las cosas están en orden, uno siente esa tranquilidad en ese mismo orden. Por eso son importantes los principios fundamentales, valores fundamentales que están en el ordenamiento. Por eso venimos acá: porque reconocemos a Dios como principio fundamental de la vida de nuestro pueblo.

Y por más que a veces no le hagamos caso a Dios, sabemos que, si no hay un principio ordenador que sea Dios, probablemente no vamos a encontrar un acuerdo sobre cuáles son los caminos para regresar a la paz.

Este don que nos regala el Señor —la paz— tiene mucho que ver con lo inicial, con lo programático, con lo justificado. En el capítulo 14 del Evangelio se habla de esta paz: no como la trae el mundo, sino una paz que brota desde el interior de cada uno.

Por eso también no puede haber ordenamiento externo en la ciencia social si no hay un ordenamiento interno que comienza con la conversión de cada uno.

Un pueblo que convive en paz es porque tiene ciudadanos que han alcanzado a tener paz interior. Que, en ese ordenamiento interior, pueden compartir una vida con otros sin apasionamientos ciegos, violentos o avasalladores, sino más bien desde la inclusión, valorando a cada persona en su primera identidad, incorporándola en sus procesos de plenitud que solamente Dios le puede dar.

Por eso les diría que, con nosotros, gracias a Dios, por este pueblo que hemos contado, que vivimos, lo que nos deja es la determinación de ser buenos: buenos ciudadanos, equilibrados, rectos, que nos tratemos bien, que no nos insultemos. Que busquemos la manera —como decíamos— de incorporar especialmente a aquellos que están excluidos. Porque cuando priorizamos el valor económico, entonces empezamos a buscar ganancias, y en el saldo de ese tiempo hay algunos beneficiados, muy beneficiados, y otros totalmente excluidos.

No es esa la sociedad que nosotros queremos. La sociedad que queremos es una sociedad basada en la igualdad. Y aunque a algunos no les guste hablar en ciertos términos, sin duda que la justicia tiene que alcanzar a todos.

Y alcanzar la justicia es ponernos un piso común, donde todos tengan lo suficiente para vivir dignamente. Mientras tanto, vivimos en un estado de injusticia.

Pero creamos en el Señor, que nos dé día a día luces y la suficiente capacidad, grandeza de alma, para poder dialogar y armonizar todas nuestras fuerzas: ciudadanos, pueblo, instituciones, para poder adoptar lo mejor de nosotros mismos y construir una verdadera patria de amores.”

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