Día de la Bandera; Concepción homenajeó al general Manuel Belgrano

Argentina celebra cada 20 de junio el Día de la Bandera en honor a Manuel Belgrano, creador de la enseña patria, símbolo de identidad nacional desde 1812. El acto oficial en la "Perla del Sur" se realizó en instalaciones del Centro Vecinal del barrio que lleva el nombre del héroe nacional.

Locales 20 de junio de 2024 Bajo la Lupa Noticias Bajo la Lupa Noticias

Cada 20 de junio, Argentina celebra el Día de la Bandera en conmemoración del fallecimiento de su creador, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, en 1820. La bandera celeste y blanca ondeó por primera vez en 1812 durante la lucha por la Independencia en las Barrancas de las Ceibas, a orillas del río Paraná.

acto dia de la bandera - centro vecinal

El acto oficial en la "Perla del Sur" se realizó en instalaciones del Centro Vecinal del barrio que lleva el nombre del héroe nacional.

acto dia de la bandera - autoridadesAutoridades de distintos ámbito de la sociedad participaron del homenaje a Manuel Belgrano

acto dia de la bandera - alumnosBanderas de ceremonia de distintas instituciones educativas del medio estuvieron presentes en el acto oficial organizado por la Municipalidad de Concepción.

El nacimiento de la bandera argentina

Manuel Belgrano, quien fuera jefe militar del Ejército del Norte, diseñó y enarboló la primera bandera argentina durante la lucha contra las fuerzas realistas del Alto Perú. Esta bandera, confeccionada a mano por María Catalina de Echeverría de Vidal, hermana de uno de sus compañeros, constaba inicialmente de dos franjas: una blanca junto al asta y otra celeste. Esta versión, que tardó cinco días en ser completada con la ayuda de dos vecinas, fue jurada en una ceremonia atípica para la época por la presencia de mujeres, incluida la propia María Catalina.

El diseño evolucionó después de la Declaración de la Independencia en 1816, cuando los diputados Juan José Paso y Esteban Agustín Gascón solicitaron su oficialización. De esta forma, se adoptó formalmente el diseño con dos franjas horizontales celestes y una blanca y, en 1818, se añadió el Sol de Mayo a la franja blanca, un símbolo con reminiscencias incaicas. Esta bandera se reservó inicialmente para edificios públicos y el ejército, hasta que en 1985, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, se dictó la Ley 23.208, que permitió su uso por cualquier ciudadano o empresa privada.

¿Cómo evolucionó la bandera hasta la actualidad?

Hay varias teorías sobre el origen del celeste y blanco en la bandera argentina. Una teoría sugiere que estos colores provienen de los Borbones, la dinastía española que adoptó el azul y blanco. Otra interpretación relaciona estos colores con el manto de la Virgen, lo cual también tiene conexión con los Borbones. Y es que durante el siglo XVIII, con la asunción de los Borbones, el azul y el blanco comenzaron a ser usados como colores distintivos de la Casa Real.

Sea como sea, en 1807, en Buenos Aires, se formó el "partido carlotista" -al que se le asociaron también los colores blanco y celeste- con el proyecto político de crear una monarquía independiente en el Virreinato, liderada por la infanta Carlota Joaquina de Borbón. Belgrano, junto con otros líderes como Saturnino Rodríguez Peña, Antonio Beruti, Hipólito Vieytes y Juan José Castelli, aspiraba a establecer un gobierno nacional.

imagepngLa bandera argentina tuvo una serie de cambios a lo largo de su historia, en los que se le añadió una tercera franja y, más tarde, un sol, declarado en 1985 como el Sol de Mayo.

En cuanto a la institucionalización de la bandera, ésta incluyó varias versiones. La que izó Belgrano en Rosario en febrero de 1812, confeccionada con los colores de la escarapela, fue un símbolo de distinción para las tropas patriotas. A pesar de la reprensión del Triunvirato, Belgrano la siguió enarbolando en las batallas de Tucumán y Salta, y la bandera fue conocida como la "Bandera del Ejército".

 En 1816, el Congreso de Tucumán oficializó la bandera con dos franjas celestes y una blanca en el medio, inicialmente nombrándola "bandera menor" para ser usada en ejércitos, buques y fortalezas, que se convirtió en la bandera oficial después de que se incorpora el Sol de Mayo en la franja blanca. Si bien el sol solía reservarse para tiempos de conflicto, el gobierno de Alfonsín estableció que el sol no simbolizaría más la guerra, sino que evocaría el "Sol de Mayo".

La bandera de Belgrano fue fundamental en la identidad nacional argentina, representando la lucha por la independencia y la soberanía. El 20 de junio fue instituido como Día de la Bandera por decreto en 1938 por el presidente Roberto Marcelino Ortiz, un día en el que se conmemora la muerte de Belgrano, pero a la vez se celebra la identidad nacional y la historia compartida de los argentinos.

MANUEL BELGRANO

La muerte de Belgrano

La parte menos conocida de su vida fueron las enfermedades que padeció. Sus males físicos comenzaron, según parece, en 1794, con las consecuencias juveniles de su estada en Madrid, Salamanca y Valladolid, que le acarrearían una grave enfermedad infecto-contagiosa.

Los aires de nuestro país le provocaron, años después, fuertes ataques de reumatismo. En 1800 una afección ocular —principio de fístula en ambos conductos lacrimales— provocaba terminante recomendación del médico Gorman: abstenerse de lecturas y labores propias de su estudio jurídico. Obvio es señalar el poco caso que Belgrano hizo a este consejo.

En 1813 sus campañas militares le produjeron paludismo y fiebre terciana. “En vísperas de la batalla de Salta, y el amanecer del día 20 de febrero, nebuloso y con lluvias intermitentes, circuló la versión de que el general Belgrano había tenido varios vómitos de sangre, y que tal vez no podría montar a caballo” (José Luis Molinari, Manuel Belgrano. Sus enfermedades y sus médicos, en Historia, Buenos Aires, junio-setiembre de 1960). Había dispuesto mandar la batalla desde una carreta, pero horas más tarde mejoró.

Contrajo luego cirrosis y várices esofágicas, padeciendo también de hipertensión portal. En 1819, según confesión a su sobrino Ignacio Álvarez Thomas, sufría agudamente del pulmón y del pecho.

Hacia 1819 comenzó la hidropesía, con hinchazón de piernas y pies. Lluvias, fríos, vientos sin abrigo y escasa alimentación, lo postraron tras el armisticio de Santo Tomé. Su amigo José Celedonio Balbín ha dejado un vivo testimonio de sus últimos meses: “Acababa de asaltarlo el primer ataque de la enfermedad de que murió; dormí en su tienda desabrigada y húmeda; observé que pasaba la noche en pervigilio, y con la respiración anhelosa y difícil. Sospeché gravedad en su enfermedad y le insté encarecidamente se fuese conmigo a Córdoba a medicarse para su salud, contestándome que las circunstancias eran peligrosas y que él debía el sacrificio de su vida a la paz y tranquilidad común… Al acercarse la primavera, encontrándose el ejército en Capilla del Pilar (departamento de Río II), los jefes se alarmaron grandemente cuando comprobaron el estado del general y se dirigieron al doctor Castro, quien mandó al Dr. Francisco de Paula Rivero. Belgrano padecía de una hidropesía ya muy avanzada. Como Castro volviera a insistir para que se cuidara, el general le contestó: “La conservación del ejército depende de mi presencia; sé que estoy en peligro de muerte, pero aquí hay una capilla en donde entierran los soldados, y también se me puede enterrar a mí”.

Los males del general arreciaban, cuando en marzo de 1820 llegó a Buenos Aires. El 9 de junio recibió una de las últimas visitas: la del general Gregorio Aráoz de la Madrid, quien ha estampado en sus Memorias este sobrio recuerdo: “Encontré al general sentado en su poltrona y bastante agobiado por su enfermedad. Mi visita le impresionó en extremo, no menos que a mí la suya, y apenas se tranquilizó tiró con su mano de la gaveta de un escritorio que tenía a espaldas de su silla, y sacando los apuntes de mi campaña que yo había escrito en el Fraile Muerto el año 1818, por orden suya, me los alcanzó diciendo: ‘Estos apuntes los hizo usted muy a la ligera; es menester que usted los recorra y detalle más prolijamente y me los traiga’. ‘Con mucho gusto complaceré a mi general’, dije y los guardé”.

Once días más tarde, a las siete de la mañana, expiraba serenamente la vida del patricio. Inexplicablemente, se le practicó la autopsia —que nadie había pedido— y dice al respecto el médico Juan Sullivan, al dejar su testimonio: “Después de haber sacado una cantidad de agua del abdomen con un trócar, reconocí distintamente con el tacto un tumor duro y penetrante en la región del epigastrio derecho. Esta dureza estaba tan señaladamente definida, que hizo suponer a un caballero de la facultad, que estaba presente, que era el espinazo. Al abrir la cavidad, reconocí al momento que procedió de una tumoración considerable y proyección del lobo pequeño del hígado en general, era el aumento de volumen y la dureza”.

“Sus ligamentos se presentaban alargados por su enorme peso (…) El vexiguillo de la piel tan pequeño, que apenas podía contener una cucharada común, y sus túnica: tan engrosadas que no tenían semejante a esta entraña que por lo común es tan extremadamente delicada. En una palabra, la estructura del hígado y sus apéndices presentaron una causa formidable de enfermedad (…) Había igualmente aumento de volumen del bazo. Los intestinos estaban distendidos con aire y los riñones ofrecían una desorganización y dureza al tacto, que se extendía alguna distancia en el curso de los uréteres.”

“Desde la cavidad del abdomen punctoré el diafragma un poco al lado izquierdo, con el objeto de penetrar en la cavidad del mediastino anterior. Salió el agua con alguna fuerza en cantidad de diez y seis onzas. Los pulmones en un estado de colapso, que apenas excedían en circunferencia el tamaño de la mano, y nadando en agua. Debiendo la presencia de tanto volumen de agua ejercer su compresión sobre el mediastino posterior era bastante en mi concepto para causar los síntomas espasmódicos que sobrevinieron con tanta frecuencia, y mucho más cuando se tiene presente la existencia de grandes nervios simpáticos y órganos importantes que allí están situados. El corazón era de un volumen que pocas veces se encuentra en las investigaciones anatómicas.”

Comentando las enfermedades de Belgrano, José Luis Molinari ha escrito que “tuvo por consiguiente una cirrosis hepática (hepatopatía intersticial), y dentro de las mismas una cirrosis portal o cirrosis de Laennec. La evolución de la cirrosis, desde que comienzan los primeros síntomas (constatación de los mismos) hasta su terminación fatal, suelen ser como término medio de tres a cinco años”.

Belgrano murió —es indudable— ante la total indiferencia popular y el silencio oficial. Tal vez haya una explicación para ese olvido. Bien cabe recordar, aunque el hecho suela olvidarse para justificar torpes acusaciones de conspiración contra la memoria del creador de la bandera, que el día de su muerte —20 de junio de 1820— fue el día de los tres gobernadores. Y el año 20 fue el de la anarquía más espantosa que vivió el país. “Los trastornos políticos fueron tan inauditos, las zozobras sociales fueron tan urgentes y la angustia colectiva fue tan profunda y tan universal en lo que respecta a la ciudad y provincia de Buenos Aires, que el uso de la palabra loquero no parece excesiva para calificar esa situación (Guillermo Furlong, Silencios y solemnidades en la muerte de Belgrano).

No hubo ingratitud en el sentido que algunos quieren adjudicarle al hecho. El país —el gobierno, la opinión pública, el pueblo— estaba muy ocupado en vivir los duros acontecimientos de su tiempo. Y eran épocas en las que los prohombres también morían —hecho normal y casi cotidiano— con el añadido de que su procerazgo advenía con el decantar de los años, y no inmediatamente a través de la tensa y bullente atmósfera política, tanto interna como internacional.

La exhumación

En cambio, cuesta encontrar justificativos para algunos lamentables episodios, que se vivieron al exhumarse los restos de Belgrano. Este operativo era necesario porque debían ser trasladados desde su sepultura original —en el atrio del convento de Santo Domingo— al interior de una urna que se colocaría dentro del mausoleo.

La exhumación se produjo el 4 de setiembre de 1902 a las dos de la tarde, en presencia de los miembros de la comisión especial que había designado el presidente Roca. Entre otros, el ministro del Interior, Joaquín V. González; el de Guerra, coronel Pablo Riccheri; el prior del convento de Santo Domingo, fray Modesto Beccó; los descendientes del patricio: Carlos Vega Belgrano y el subteniente Manuel Belgrano. El acto se cumplió ante el escribano mayor de gobierno, Enrique Garrido. Comenzada la operación, aparecieron al rato varios tozos de madera, algunos clavos de bronce y “huesos del esqueleto de Belgrano. Los restos humanos se colocaban en una bandeja de pista, sostenida por el prior de Santo Domingo. Las anormalidades cometidas fueron tan singulares, que es mejor remitirnos a la crónica publicada al día siguiente por el matutino La Prensa: “Llama la atención que el escribano del Gobierno de la Nación no haya precisado en este documento los huesos que fueron encontrados en el sepulcro; pero no es esta la mayor irregularidad que es permitido observar en este acto, que ha debido ser hecho con la mayor solemnidad, para honrar al héroe más puro e indiscutible de la época de nuestra emancipación, y también es necesario decirlo, para honrar nuestro estado actual de cultura. Entre los restos del glorioso Belgrano que no habían sido trasformados en polvo por la acción del tiempo, se encontraron varios dientes en buen estado de conservación, y admírese el público ¡esos despojos sagrados se los repartieron buena, criollamente, el ministro, del Interior y el ministro de la Guerra! Ese despojo hecho por los dos funcionarios nacionales que nombramos, debe ser reparado inmediatamente, porque esos restos forman une herencia que debe vigilar severamente la gratitud nacional; no son del gobierno sino del pueblo entero de la República, y ningún funcionario, por más elevado o irresponsable que se crea, puede profanarla. Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación y que el escribano labre un acta con el detalle que todos deseamos y que debe tener todo documento histórico”.

Al menos, los dientes fueron devueltos. Porque el escándalo desatado por el periodismo —no sólo La Prensa, sino Caras y Caretas se hizo eco también, en su particular estilo, del lamentable episodio— fue suficiente para que Joaquín V. González y el coronel Riccheri se apresuraran a devolver las piezas dentales. El titular del Interior alegó que se las había llevado “para mostrárselas a varios amigos”. El ministro de Gue4ra argumentó que había hecho lo propio “para presentarlo al señor general D. Bartolomé Mitre”.

Tan débiles excusas pasaron. Pero no sólo quedó flotando una penosa impresión de irrespetuosidad, sino que ésta surgió desde el primer momento de la ceremonia de exhumación —como agudamente lo señalara Caras y Caretas, publicando inclusive las fotografías—, pues todos los presentes permanecieron con los sombreros puestos. Una caricatura publicada por la famosa revista porteña mostraba a Belgrano saliendo dé su tumba y señalando acusadoramente con su índice a los ministros González y Riccheri, mientras profería: “¡Hasta los dientes me llevan! ¿No tendrán bastante con los propios para comer del presupuesto?”

Una última consecuencia, ésta positiva al menos, de la exhumación: El análisis de los restos permitió que los médicos Carlos Malbrán y Marcia Quiroga (presidente del Departamento Nacional de Higiene e Inspector General de Sanidad del Ejército, respectivamente) llegaran a la conclusión de que la estatura de Manuel Belgrano era de 1,65 a 1,70 m.

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